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Me revivían

Le conocí en un mal momento; uno de esos en los que sientes que has perdido el norte y solo deseas sentirte libre y correr. Él me abrazó en los momentos de zozobra y se ganó mi confianza abriéndome su corazón e, incluso, haciendo que yo le abriera el mío, tarea complicada por aquel entonces.


Yo solo quería ser de hielo. Todavía no había superado la pérdida y la decepción, que habían llegado de la mano a mi vida, cuando él se interesó por mí y por mi dolor. Y, dios, cuánto dolor llevaba conmigo. Era mi maleta, mi compañía, mi tortura; había aprendido a convivir con el dolor.


Perdí a alguien que había estado a mi lado desde el momento en que abrí los ojos al mundo y, aunque habíamos tenido nuestros malos momentos, creí que jamás me iba a recuperar de aquel golpe. Recuerdo la ansiedad, querer irme lejos y no mirar atrás. También recuerdo las lágrimas que no era capaz de contener ni en público, las noches en las que me dormía con los ojos empapados y sin nadie a quien llamar. Hasta que llegó él.


Desde que le conocí ya no quería dormir, solo quería hablar con él; necesitaba saber más y me sentía infinitamente bien cuando veía que me escuchaba de verdad. No me importaba de qué hablásemos, ni yo le juzgaba ni él a mí y eso era lo más verdadero que había tenido nunca.


Nunca tuve un gran concepto de mí misma. Creía sinceramente que todo el mundo sería más feliz si no me hubiera conocido; que nunca destacaría en nada y me preparaba mentalmente para la soledad. Un poco dramático, quizá, pero cuando pierdes la esperanza no te importa lo que piensen los demás.


Sus palabras me revivían, me hacían sentir única. Empezó a hacerme creer que gracias a mí él era un poco más feliz y puede que eso fuera lo que volvió a darle sentido a mi vida: alguien decía necesitarme.


Ahora echo de menos las noches en vela, las sonrisas furtivas cuando nadie me veía. Echo de menos ser la luz en la vida de alguien y sentir que lo que cuento importa, al menos a él. Nunca se me ha dado bien hablar; soy mejor cuando nadie me mira, pero ni él se imagina lo importante que era para mí que sus ojos me mirasen y me viesen. Se me encendía el corazón cada vez que hablaba y notaba sus ojos volviéndose hacia mí, viendo lo que ni siquiera yo había sido capaz de ver. Siempre confió en mí, siempre supo que podía hacerlo mejor. Incluso hasta cree que puedo tener algún talento oculto. Sin embargo, lo que yo más extraño no son sus palabras, sino su manera de escuchar.



O simplemente que escuchase.


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